Nuestro voluntario europeo en Bielorrusia, Jorge, termina su experiencia de un año… aquí su emocionante carta… Gracias Jorge! Un voluntario como pocos...
Minsk, 30 de octubre
de 2015
Es
final de octubre, o más bien debería decir: “¿¡Ya
es final de octubre!?” Eso significa, aparte de que empieza a hacer
mucho frío y ya hay más hojas en el suelo que en los árboles, que
la pregunta más común de la gente es: “¿cuándo te vas?”
(quiero suponer que lo hacen por interés en mis planes, no porque
estén deseando que me vaya). Mi sorpresa al percibir que ya estamos
cercanos al mes de noviembre, en pleno otoño, es la de comprobar que
mi proyecto, y con él mi estancia en Minsk, se acaba. Realmente es
un poco difícil aceptarlo y en mi caso esto viene motivado por dos
razones. La primera es que se vaya a terminar otra estancia en el
extranjero y un proyecto por el que estuve luchando, con algún que
otro altibajo, durante más de tres años. La segunda viene del hecho
de que cuando llegas a otro país para empezar una etapa de un año
parece, o por lo menos en mi caso, que no terminará nunca, que hay
tiempo de sobra, meses, días,... ¿cómo no puede haber tiempo
durante todos esos días de hacer todo lo que quiero, de materializar
todos los deseos y espectativas que había acumulado durante tantos
años? Al final si, siempre, el tiempo se termina y la realidad te
atrapa, y en muchos casos, tendemos a mirar atrás y ver todas esas
cosas que han quedado sin hacer.
Pero
ahora que el tiempo aquí va llegando a su fin no me queda otra
opción que pensar en lo que este tiempo me aportó, que claramente
fue muchísimo, y no en lo que pudo ser y no fue. Debo tener claro
que las oportunidades que se pierden y las frustraciones también son
enseñanza y nos pueden aportar muchos beneficios en el futuro, yo,
personalmente, estoy convencido de eso, aunque ahora dejémoslo en el
campo del optimismo.
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Radomsko (Polonia)
15 de noviembre de 2015
Y
al final llegó, como todo. Hace ya unos días de ese 6 de noviembre
en que dejé Minsk y mi proyecto se acabó. Y como era de esperar,
echo a diario la vista atrás para mirar a este año en Bielorrusia y
todo lo que allí viví y experimenté. Un año son cuatro
estaciones, doce meses, 365 días; todos ellos con una mañana, una
tarde y una noche; desayuno, comida y cena; su amanecer y su
atardecer; en casa, en la calle, en un parque, en el cine, en un bar,
en la oficina, o en cualquier otro sitio… Tiempo de sobra para que
pasen muchas cosas, que realmente pasaron. Así que ahora me
encuentro en ese “campo del optimismo” del que hablaba en mi
último párrafo desde Minsk. Así que pienso y hago balance de todo.
¿Qué sucedió…?
Pues
sucedieron
cosas como por ejemplo un invierno gélido, por más que se empeñen
los “minsqueños” en decir que no era demasiado frío, para ellos
claro. Yo venía del sur de España y eso hace que para mí la nieve,
los 15 grados bajo cero o los lagos congelados durante 4 meses sean
una absoluta novedad que he disfrutado muchísimo, como un niño la
mayor parte del tiempo.
El
hecho de poder vivir una vez más en un ambiente intercultural y
transnacional. Rodeado de personas procedentes de diferentes países
del mundo y con los que he tenido la suerte de cruzarme esta año y
compartir comida, bebida, charlas, risas, cine, música y aventuras.
El
crecimiento personal propio para afrontar mi futuro, en dos sentidos.
Uno es el hecho de haber perdido
el miedo a encarar muchas cosas que me habían estado persiguiendo
siempre, la más importante poder enfrentarme a una audiencia que me
mira y espera de mi una explicación sobre mi país y cultura, la
presentación de una película o atiende una clase de español. El
otro hecho está relacionado con mis expectativas y la forma de
hacerlas realidad. He visto de forma clara que las cosas no vienen ni
quizás vayan a venir nunca solas y que a veces hay que pelearlas
mucho, ya he escuchado unas cuantas veces en estos meses aquello de:
“mejor que piensen que eres un pesado”.
Las
puertas, o posibilidades inimaginables doce meses atrás, que se me
han abierto en este periodo. Me refiero principalmente a que, ahora
mismo, no termino esta carta desde España, como podía suponer al
comienzo de mi EVS, sino desde una pequeña ciudad de Polonia donde
tengo la posibilidad de empezar una nueva aventura, conocer otro país
y su lengua. Pero teniendo la certeza de que ahora tengo otra casa en
Minsk, donde siempre me estarán esperando algunas de las personas
con las que he compartido este año. Otras me esperarán en Colombia,
Francia, Alemania, Corea, Nicaragua o Ucrania.
Pienso
en la llegada de nuevos voluntarios a Minsk, la misma ciudad
donde he vivido, la misma organización donde he hecho mi
voluntariado y que incluso conocerán a algunos de mis amigos. Me
podría dar un poco de envidia, pero ya en este punto no lo pienso
así, yo ya viví aquello y ahora solo quiero disfrutar de los
recuerdos y de la experiencia que me aportó. Aun así, pienso en
nuevos voluntarios y me viene a la cabeza constantemente una escena
de la película “El club de los poetas muertos”. El profesor
Keating (Robin Williams) lleva a sus alumnos a ver retratos de
antiguos alumnos del colegio.
Según él, mirando fijamente esas
fotografías se puede escuchar como las voces de esos alumnos que
pasaron por el colegio antes que ellos les dicen: “Carpe Diem….
Carpe Diem…” Habrá que pensar siempre en esos consejos de
antiguos alumnos, aunque en algunas ocasiones las cosas se salgan un
poco, o mucho, de algunos esquemas que nos parecen lógicos, o
tengáis que escuchar repetidas veces la expresión: “This is
Belarus”.
Удачи!
Пока всем!